sábado, 24 de marzo de 2018

Emergencias Gastrointestinales y Genitourinarias

Emergencias Gastrointestinales

El dolor abdominal es uno de los motivos más frecuentes de demanda de asistencia a los servicios de urgencias. Este síntoma puede ser la manifestación de muchas entidades de distinta gravedad y tratamiento. Por ello, es muy importante que los profesionales que trabajan en los servicios de urgencias hospitalarias y extrahospitalarias se familiaricen con los distintos cuadros que pueden esconderse tras este síntoma y sepan cuál es el tratamiento más adecuado a seguir en cada caso.

 Enfermedad Ácido-Péptica

a enfermedad ácido-péptica es una causa frecuente de consulta a los servicios de urgencias; usualmente ocurre en el estómago y en el duodeno proximal. En Estados Unidos, las causas más frecuentes son infección por Helicobacter pylori y el uso de antiinflamatorios no esteroideos (AINES). Frecuentemente, los pacientes presentan desde síntomas leves, como malestar epigástrico (principalmente dolor, el cual mejora tras la ingestión de antiácidos), pérdida de peso y apetito, hasta signos y síntomas de complicaciones graves, como hemorragia, obstrucción y perforación, los cuales requieren rápido tratamiento ya que ponen en peligro su vida.

Su incidencia ha disminuido, posiblemente, gracias al aumento del uso de inhibidores de bombas de protones y a la detección y el tratamiento de H. pylori
H. pylori es una bacteria Gram negativa en forma de espiral. Produce una de las infecciones bacterianas crónicas más comunes entre humanos; se estima que infecta a más de la mitad de la población mundial, predominantemente en países en vías de desarrollo, y su prevalencia varía según la edad, el estatus socioeconómico y la raza. En estos países, muchos niños adquieren la infección antes de los 10 años de edad y la prevalencia entre personas mayores de 20 años se encuentra entre 50 y 90%. La infección se transmite de persona a persona, directa o indirectamente, por vía oro-fecal u oro-gástrica. Posee tropismo por la mucosa gástrica y puede sobrevivir y crecer en el ambiente hostil del estómago. Produce ureasa que cataliza la hidrólisis de urea a dióxido de carbono y amoníaco, creando un ambiente alcalino que bloquea el medio ácido de la mucosa gástrica. También, utiliza el nitrato de amonio producido por la urea para su propio crecimiento. La bacteria es móvil y puede desplazarse rápidamente de los sitios desfavorables hacia los más favorables.

Esta enfermedad es el resultado del desequilibrio entre agentes agresores (altas concentraciones de ácido y pepsina en la luz intestinal) y mecanismos protectores (moco, bicarbonato, prostaglandinas) de la mucosa gastroduodenal. La infección por H. pylori y AINES son las dos causas principales de las úlceras. El tabaquismo es un factor de gran importancia en la aparición de esta entidad.

Úlcera

La infección por H. pylori cursa con un largo periodo de latencia y de infección subclínica durante el cual produce inflamación y daño progresivo de la mucosa, que llega, incluso, a su atrofia. Las diferentes cepas difieren en su capacidad de provocar inflamación. Aquellas que estimulan una reacción grave tienen mayor probabilidad de causar enfermedad sintomática. 

Úlcera y antiinflamatorios no esteroideos (AINES)

El grupo de los AINES se encuentra como la segunda causa más importante de úlcera péptica. El riesgo de complicaciones serias varía entre 1% y 4% por año en usuarios de estos medicamentos y la incidencia global de úlceras está en aumento debido a su mayor consumo, fundamentalmente en adultos mayores. La toxicidad gastrointestinal se debe a la supresión de prostaglandinas en la mucosa gástrica, con la consiguiente disminución del moco epitelial, secreción de bicarbonato, perfusión de la mucosa y proliferación epitelial, con lo cual se debilita la resistencia de la mucosa a la agresión. La infección por H. pylori puede aumentar la toxicidad gástrica por AINES.

Manifectaciones Clínicas 

La mayoría de los pacientes presenta síntomas dispépticos o relacionados con una complicación como sangrado gastrointestinal, obstrucción o perforación. Frecuentemente, el dolor es episódico y dura semanas o meses, seguido por periodos de remisiones espontáneas o variables. El dolor puede despertar al paciente durante la noche. El 10% de los pacientes, particularmente aquellos con úlceras asociadas a AINES, acude a la consulta de urgencias con complicaciones y sin dolor previo. No hay signos físicos específicos de la úlcera péptica, pero se puede encontrar dolor a la palpación del epigastrio o del hipocondrio derecho.
Eventualmente, se encuentra sangre en el tacto rectal, u oculta en las heces. Los exámenes paraclínicos están dentro de límites normales, pero en casos de sangrado agudo, se ve disminución de la hemoglobina y del hematocrito, como también en los pacientes con sangrados crónicos con anemia ferropénica. Se debe considerar siempre la posibilidad de malignidad y, por tanto, indicar el estudio endoscópico. Se debe insistir en su importancia debido a que Colombia es un país con una alta incidencia de cáncer gástrico.

Diagnóstico

La mayoría de las úlceras se identifica mediante estudio endoscópico. Los estudios con medio de contraste (vías digestivas altas) se realizan hoy, apenas en forma muy ocasional y bajo indicaciones precisas y muy limitadas. En general, están contraindicados en el paciente con cuadro clínico agudo. La endoscopia es el examen de elección en la evaluación inicial y sirve para descartar cáncer gástrico o las complicaciones de la úlcera. Además, permite identificar la presencia de H. pylori con las pruebas de ureasa. La úlcera se puede clasificar y categorizar por su localización, por la etiología o por ambas. La endoscopia tiene especial indicación para evaluar as úlceras gástricas debido a que entre el 1% y el 5% de las úlceras crónicas son malignas, razón por la que se deben tomar biopsias para examen histológico, a menos que exista un riesgo alto de sangrado.

Tratamiento

Tiene dos objetivos: la cicatrización y la erradicación de la causa. Se debe dar tratamiento para H. pylori, suspender o evitar los AINES y dar una terapia antisecretoria adecuada. Se deben controlar los factores relacionados, como el estilo de vida, el cigarrillo y la dieta. Actualmente, se utiliza el omeprazol, 20 mg al día por 4 semanas, y el esomeprazol, 20 mg al día por 4 semanas, con la ventaja de no tener interacciones medicamentosas. El tratamiento para la infección por H. pylori es de 15 días, con una respuesta del 85% al 90% con: 

  •  Claritromicina, 500 mg dos veces al día 
  •  Amoxacilina, 1 mg dos veces al día, o 
  •  Metronidazol, 500 mg dos veces al día, y 
  •  Esomeprazol 40 mg al día.
Hemorragia. 


Ocurre en 15% de los pacientes con úlcera, por lo cual se ha convertido en la complicación más frecuente; tiene una mortalidad cercana al 10%. A los pacientes con hemorragia activa se les debe practicar una endoscopia de urgencia para intentar realizar hemostasia. Sin embargo, el diferir la cirugía cuando ha fallado la hemostasia endoscópica, especialmente en pacientes de edad avanzada o con morbilidad asociada importante, es causa del incremento de la mortalidad.

Hemorragia Digetiva Alta 

a hemorragia gastrointestinal alta o hemorragia digestiva alta se define como el sangrado que se origina en el esófago, estómago o duodeno, o sea en alguno de los segmentos del tracto gastrointestinal proximales al ligamento de Treitz. Con frecuencia acuden a los servicios de urgencias pacientes con hematemesis masivas que constituyen una emergencia, pero también con melena de reciente aparición. La magnitud y severidad de la pérdida sanguínea oscila desde un grado bajo e intermitente que requiere pruebas para detectar sangre oculta en las heces y que sólo produce anemia ferropénica, hasta la hemorragia aguda y masiva que se presenta con hematemesis y shock hipovolémico y que pone en peligro la vida del paciente, cuadro que hace perentoria una evaluación clínica rápida pero sistemática y la instauración de tratamiento enérgico y bien conducido orientado a recuperar el estado hemodinámico. El paciente con hemorragia del tracto digestivo alto requiere manejo interdisciplinario por el cirujano, el internista y el gastroenterólogo que atienden los servicios de urgencias, con apoyo del endoscopista y del radiólogo intervencionista.

Definiciones

  • Hemorragia gastrointestinal masiva: es aquella que ocurre en forma súbita, con pérdida mayor de más de un litro de sangre o en suficiente cantidad para producir hipovolemia. 
  • Hipovolemia: significa un déficit del volumen circulatorio que se manifiesta por taquicardia, hipotensión (<100 mm Hg), presión venosa central baja y cambios posturales en la presión arterial y el pulso. 
  • Hemorragia gastrointestinal baja: es aquella que se origina en un lugar distal al ligamento de Treitz, cuyo manejo se describe en otra guía de esta serie. 
  • Hematemesis: vómito de sangre roja, viva.
  • Melanemesis: vómito de sangre negra, alterada, con aspecto de “cuncho de café”. 
  • Melena: excreción de sangre negra por el recto. 
  • Hematoquezia: excreción de sangre roja, viva, por el recto. 
  • Síndrome de Mallory Weiss: sangrado intraluminal que resulta de una laceración longitudinal de la mucosa y la submucosa del estómago y de la unión gastroesofágica, y rara vez del esófago distal, usualmente por distensión forzada por vómito o náusea.
Diagnóstico

La anamnesis es de especial valor en la determinación de la causa, y debe incluir preguntas sobre episodios anteriores de hemorragia digestiva, diagnóstico previo de úlcera péptica, de várices, pólipos o enfermedad hepática; también sobre el uso de medicamentos como aspirina, antiinflamatorios no esteroideos, terapia anticoagulante y abuso de alcohol. La aspirina y, especialmente los antiinflamatorios no esteroideos (AINES), agentes notoriamente ulcerogénicos, son frecuentemente prescritos en personas de edad avanzada que padecen artritis y enfermedades degenerativas.
El examen físico debe buscar estigmas de enfermedad hepática crónica (ictericia, telangiectasias, ascitis, esplenomegalia). El tacto rectal y el aspirado del estómago al pasar una sonda nasogástrica pueden ser altamente sugestivos del origen de la hemorragia.

Manejo inicial
  •  Oxígeno por vía nasal, especialmente en pacientes de edad avanzada o con alteraciones cardiorespiratorias. 
  •  Colocación de un tubo nasogástrico para lavado gástrico con agua o solución salina a temperatura ambiente; la intubación es muy útil para descomprimir el estómago y determinar si la hemorragia continúa, pero no tiene efectos hemostásicos. También sirve para limpiar el tracto gastrointestinal superior en preparación para la endoscopia. La ausencia de contenido hemático en el lavado gástrico no descarta una hemorragia con origen distal al píloro (±25% de las úlceras duodenales exhiben aspirado gástrico libre de sangre).
Valoración de la circulación y el estado respiratorio.

Cambios ortostáticos: el descenso de 10 mm Hg en la presión arterial sistólica o el incremento en 10 latidos por minuto en la frecuencia cardiaca indican una pérdida de 1.000 a 1.500 ml de sangre (20 y 30% del volumen sanguíneo). Si hay hipotensión o taquicardia en reposo y en decúbito (FC >PA sistólica), no conviene ejecutar maniobras ortostáticas. En este caso se puede asumir una pérdida de 1.500 a 2.000 ml de sangre (30% y 40% del volumen sanguíneo). Se deben registrar signos de vasoconstricción periférica como palidez y sudoración, asegurar un adecuado volumen urinario horario (1 ml/kg/ min.), vigilar el estado mental. La vía respiratoria debe permanecer permeable, para lo cual es conveniente aspirar secreciones y sangre.

Estabilización hemodinámica y respiratoria.

  • Se deben colocar una o dos vías intravenosas de gran calibre en venas periféricas mayores. El catéter debe ser calibre 16 (18 en pacientes estables).
  • Es pertinente la colocación de un catéter venoso central para monitoría de la presión venosa por disección o punción venosa periférica (la punción subclavia no debe ser realizada en pacientes hipovolémicos).
  • En pacientes inestables y con historia de enfermedad cardiaca conviene colocar un caté- ter de Swan Ganz.
  • De inmediato se debe iniciar la resucitación mediante restauración del volumen con lactato de Ringer o con solución salina normal.
  • Se debe iniciar transfusión de sangre total o de concentrado de glóbulos rojos tan pronto como sea posible; esta es una de las pocas situaciones clínicas en las cuales hay indicación para el uso de sangre total. Cada unidad de sangre total debe producir un aumento de 3% en el hematocrito; si ello no ocurre, debe sospecharse que la hemorragia no ha sido controlada.
Terapia específica

El uso de medicamentos para detener la hemorragia activa y prevenir el resangrado se basa en dos principios:
  • Mejorar la estabilidad del coágulo al disminuir el efecto fibrinolítico del medio ácido.
  • Reducir el flujo arterial por la acción de agentes como la vasopresina, la somatostatina y el octreótido.
Las drogas supresoras de ácido (antagonistas de los receptores H2 e inhibidores de bomba protones) no están indicadas cuando se encuentran signos de sangrado activo en la endoscopia. Su uso está justificado en los pacientes con hemorragia ulcerosa en quienes se busca iniciar en forma precoz el proceso de cicatrización y prevenir recurrencias, aunque no se ha demostrado una acción definida sobre la detención del sangrado activo. Se administran 40 mg de omeprazol IV iniciales, en bolo, seguidos de una infusión de 8 mg/hora. Similar efecto inhibidor se obtiene con la ranitidina en dosis de 50 mg IV cada 6 a 8 horas o a una rata de infusión de 12,5 mg/hora después del bolo inicial.
La administración de vasopresina (pitresina) es una medida terapéutica inicial en preparación para la ligadura endoscópica de várices esofágicas. Tiene menor índice de éxito en pacientes con úlcera péptica, gastritis erosiva y síndrome de Mallory Weiss. Se administra en bolos IV de 20 UI disueltas en 200 mL de solución salina durante un periodo de 20 minutos, con intervalos de 30 minutos, por tres o cuatro dosis, y luego a intervalos de tres horas si la hemorragia no cesa. También puede administrarse en infusión continua, a una rata de 0,4 a 0,6 UI/minuto. La adición de nitroglicerina incrementa el valor terapéutico de la vasopresina y disminuye sus efectos secundarios. La pitresina representa una medida terapéutica pasajera, pues solo permite un control temporal del sangrado


Dolor Abdominal Agudo

El Abdomen Agudo es una condición clínica caracterizada por dolor abdominal, de instalación rápida, usualmente mayor a 6 horas y menor a 7 días, generalmente acompañado de síntomas gastrointestinales y/o sistémicos, de compromiso variable del estado general, que requiere un diagnóstico preciso y oportuno, con el fin de determinar la necesidad o no de un tratamiento quirúrgico de urgencia. La esencia del abdomen agudo como síndrome clínico es el dolor, y en la patología quirúrgica suele ser el primer síntoma. 

En la evaluación del abdomen agudo se persiguen básicamente tres objetivos:

  • Establecer un diagnóstico diferencial y un plan de evaluación clínica e imaginológica.
  • Determinar si existe indicación para un tratamiento quirúrgico; la participación del cirujano desde el momento mismo del ingreso del paciente es fundamental.
En la evaluación de un paciente con dolor abdominal debe seguirse un método diagnóstico que incluya un interrogatorio preciso dirigido a establecer su forma de aparición, progresión, irradiación, migración, localización y las condiciones que lo alivian o exacerban; en segundo término, debe determinarse la presencia de síntomas asociados, su secuencia de aparición y relación con el dolor, especialmente aquellos pertinentes al tracto gastrointestinal y genitourinario.

Los impulsos del dolor originado en la cavidad peritoneal son trasmitidos tanto del sistema nervioso autónomo, como de los tractos espinotalámico lateral y anterior. Los impulsos del dolor conducidos por el tracto espinotalámico lateral se caracterizan fácilmente y tienen buena localización. Este es el dolor de irritación peritoneal parietal. El paciente localiza el dolor y lo señala con uno o dos dedos.
Los impulsos dolorosos trasmitidos a través del sistema autónomo desde los órganos intraabdominales se originan en isquemia o dilatación de una víscera, o en contracciones peristálticas del músculo liso para vencer una obstrucción intraluminal. Este dolor no es bien localizado, suele ser difuso y se sitúa generalmente en la parte media del abdomen; es el dolor de irritación peritoneal visceral. El paciente no es capaz de localizar su dolor y pasea su mano de una manera circular en la porción media del abdomen.
Las relaciones anatómicas segmentarias entre las vías autónoma y espinotalámica dan origen a un dolor visceral referido. El dolor puede no estar localizado en el sitio donde existe la patología, sino que puede referirse fuera del abdomen. Por ejemplo, situaciones intraabdominales que irritan el diafragma, como los abscesos subfrénicos, el hemoperitoneo o la úlcera perforada, pueden originar impulsos nerviosos que ascienden por vía del nervio frénico hasta el nivel de C4 y ser percibidos entonces en la base del cuello o en el hombro. 
 


Causas del dolor de aparición súbita

  • Úlcera péptica perforada.
  • Ruptura de embarazo ectópico.
  •  Ruptura de aneurisma aórtico. 
  • Disección aórtica. 
  • Torsión testicular u ovárica. 
  • Hematoma de la vaina de los rectos. 
  • Litiasis ureteral. 
  • Infarto agudo de miocardio. 
Causas de dolor de aparición gradual


  • Apendicitis. 
  • Colecistitis.
  • Úlcera péptica. 
  • Obstrucción del intestino delgado. 
  • Diverticulitis de Meckel. 
  • Pancreatitis. 
  • Anexitis. 
  • Diverticulitis. 
  • Infecciones del tracto urinario.
  • Retención urinaria.

Causas de dolor de aparición lenta

  • Obstrucción intestinal baja. 
  • Neoplasias. 
  • Enfermedad inflamatoria intestinal. 
  • Apendicitis complicada. 
  • Abscesos intraabdominales.
Deben establecerse con precisión las modificaciones en la intensidad del dolor, en el transcurso del tiempo, desde la aparición de los síntomas: cómo ha variado el dolor en el curso del tiempo, si se presentan períodos de remisión, si existe intermitencia, o si se ha presentado alivio y bajo qué condiciones.

El dolor de aquellas entidades en las que aparece súbitamente, suele mantener una intensidad constante y sin alivio.
Deben establecerse con precisión las modificaciones en la intensidad del dolor, en el transcurso del tiempo, desde la aparición de los síntomas: cómo ha variado el dolor en el curso del tiempo, si se presentan períodos de remisión, si existe intermitencia, o si se ha presentado alivio y bajo qué condiciones. 
El dolor de aquellas entidades en las que aparece súbitamente, suele mantener una intensidad constante y sin alivio. 
El dolor de la apendicitis aguda se refiere inicialmente como molestias digestivas vagas, que el paciente relaciona con algún alimento ingerido previamente y aparece horas más tarde con intensidad progresiva. En ocasiones puede aliviarse por la perforación del apéndice. 
En la colecistitis aguda el dolor se presenta gradualmente hasta alcanzar una meseta, que se mantiene. Algunas veces se presenta alivio progresivo, hasta quedar solamente una sensación de resentimiento local. En la obstrucción intestinal alta es característica la intermitencia del dolor: se presentan períodos de exacerbación cortos, seguidos de otros de menor intensidad un poco más largos hasta aparecer nuevamente el dolor. En la obstrucción intestinal baja los períodos de exacerbación son más espaciados que en la obstrucción del intestino delgado. Sin embargo, cuando hay isquemia intestinal por estrangulación, esta forma de presentación puede modificarse y el dolor se hace de intensidad sostenida. 
La migración del dolor se refiere al cambio en la localización del dolor en el transcurso de la enfermedad. El dolor, percibido inicialmente en una determinada localización, cambia a otra. Es necesario diferenciar este concepto del de irradiación del dolor, que consiste en que el dolor percibido en un punto determinado se propaga, o se refiere a otro lugar, pero se continúa percibiendo en su sitio original. 
Es característica la forma como el dolor de la apendicitis aguda, inicialmente percibido como una molestia de intensidad variable en el epigastrio, va descendiendo en el curso del tiempo para situarse luego en la región periumbilical y finalmente en la fosa ilíaca derecha en el punto de Mc Burney. 
En la colecistitis aguda el dolor se percibe en el epigastrio y posteriormente migra hacia el hipocondrio derecho. En la diverticulitis aguda el dolor se siente inicialmente en la región periumbilical y posteriormente se sitúa en la fosa ilíaca izquierda

Síntomas genitourinarios

Muchas causas de abdomen agudo pueden estar ubicadas en el tracto urinario o en los genitales. Al igual que se ha hecho con el dolor, el vómito y las alteraciones de la función intestinal, deben establecerse con precisión la presencia de síntomas urinarios y genitales y los antecedentes relacionados con la menstruación. 
Se debe interrogar por disuria, frecuencia urinaria, color de la orina, coluria asociada a ictericia y a acolia, hematuria y antecedentes de obstrucción urinaria baja. En la infección urinaria se puede presentar disuria o aumento de la frecuencia urinaria con la mayor frecuencia, pero también en procesos inflamatorios pélvicos relacionados con apendicitis, anexitis, diverticulitis complicada y embarazo ectópico. 
La hematuria suele acompañar a procesos infecciosos, litiasis, trauma o neoplasia del árbol urinario. Sin embargo, la presencia de hematuria en pacientes con abdomen agudo debe hacer sospechar litiasis. 
En la mujer en edad reproductiva debe ponerse especial atención a la historia menstrual. Es necesario precisar con exactitud si hay una vida sexual activa, los métodos de anticoncepción empleados y la fecha de la última menstruación. 
La historia de retardo menstrual o amenorrea reciente debe conducir a la investigación de un embarazo ectópico. El antecedente de una menstruación reciente, la presencia de flujo vaginal o el empleo de dispositivo intrauterino hacen sospechar procesos inflamatorios anexiales. Cuando el dolor ha aparecido en mitad de un ciclo menstrual, el Mittelschmerz debe incluirse en el diagnóstico diferencial. 

Examen físico

Con frecuencia el médico tiene la tentación de empezar el examen del paciente por el abdomen. Sin embargo, aunque este es el foco central de atención, el examen físico debe hacerse completo y en orden. 

Evaluación general

El examen del paciente realmente se inicia durante el interrogatorio. El médico debe estar atento al relato del paciente mientras observa su apariencia general, sus gestos de dolor y su actitud; su aspecto de enfermedad aguda o crónica; la intensidad de su dolor reflejada en el rostro, la frecuencia del dolor, y si se exacerba o alivia; si su respiración es superficial o entrecortada evitando el movimiento de la pared abdominal; si esta inquieto o tranquilo; si prefiere estar acostado o camina desesperadamente. Se examina el estado de las mucosas para establecer el grado de hidratación, la presencia de ictericia y el color de las mucosas. 

Pulso y temperatura

a primera manifestación de un estado hipovolé- mico antes de que se presente un descenso de la presión arterial, o solamente ser el reflejo de la intensidad del dolor. La existencia de un pulso normal en pacientes ancianos puede ser el reflejo de una enfermedad cardiaca asociada, o ser secundario a la ingesta de medicamentos ß-bloqueadores, más que a la ausencia de una condición abdominal patológica. La temperatura debe registrarse oral o rectalmente; la temperatura medida en la axila no es confiable. La fiebre se relaciona con procesos inflamatorios intraperitoneales, no necesariamente de origen bacteriano, pero la coexistencia de escalofrío hace pensar en bacteriemia. 
Las temperaturas por encima de 39o C son comunes en peritonitis, salpingitis, pielonefritis e infección urinaria. Otras condiciones abdominales cursan con temperaturas más bajas. Picos febriles son característicos en los abscesos intraabdominales. En los extremos de la vida o en pacientes severamente sépticos, la hipotermia más que la fiebre puede ser manifestación de un proceso intraperitoneal.

Inspección 

Es indispensable tomarse el tiempo necesario para una adecuada inspección. Se debe descubrir la totalidad del abdomen, incluida la parte inferior del tórax, los genitales y las regiones inguinales. Se observa el color de la piel, la presencia de hernias o cicatrices que orienten hacia el diagnóstico de obstrucción intestinal o permitan concluir que el paciente ya tuvo, por ejemplo, una apendicetomía previa. La coloración azul del ombligo (Signo de Cullen) puede verse en pacientes con sangrado intraperitoneal y la equimosis en los flancos y la región dorsal puede verse en hemorragias retroperitoneales asociadas a pancreatitis o ruptura de aneurisma aórtico (signo de Grey Turner). 
Se debe observar el contorno abdominal, si existe distensión, excavación, pulsaciones o masas anormales y el grado de tensión en la pared abdominal. Una severa distensión abdominal está asociada a un íleo reflejo u obstructivo o a peritonitis generalizada. Es característico el contorno abdominal del paciente con vólvulus sigmoideo. 

Auscultación 

Aunque se tiene la tendencia a auscultar muy rá- pidamente el abdomen, las características de los ruidos intestinales pueden ser de gran valor y por tanto deben analizarse por tiempo suficiente. En términos generales, la ausencia de ruidos intestinales tiene la connotación de estar ante una catástrofe abdominal con peritonitis. Los sonidos intestinales del íleo reflejo se encuentran disminuidos en intensidad y frecuencia, pero rara vez están ausentes, y tienen un típico sonido de burbuja que refleja la presencia de gas y aire intraluminal. 
 En la obstrucción intestinal, durante la fase inicial, los sonidos se encuentran aumentados en intensidad y frecuencia, y este fenómeno se hace más aparente con mayor intensidad el dolor. Sin embargo, en estadios tardíos de obstrucción intestinal, los ruidos intestinales son prácticamente indistinguibles de los auscultados en el íleo reflejo. Los sonidos también pueden estar aumentados en frecuencia e intensidad en las enteritis, diarreas y sangrados digestivos. Debe buscarse la presencia de soplos, se encuentran en el aneurisma aórtico o de las arterias viscerales.

Percusión 

Permite averiguar si la distensión abdominal obedece a líquido o a gas intraperitoneal y su distribución. La percusión de vísceras sólidas como el bazo o el hígado permite establecer clínicamente su tamaño. La pérdida de la matidez del hígado es característica de aire libre intraperitoneal secundaria a la ruptura de una víscera hueca, más frecuentemente el estómago, el duodeno o el colon. La percusión timpánica en la parte media del abdomen y de un sonido mate en la región de los flancos es característica de la existencia de líquido intraperitoneal. Si se cambia la posición del paciente y las zonas de matidez cambian a los sitios declives, se puede pensar que existe una gran cantidad de líquido libre en la cavidad peritoneal.

Palpación 

El sitio de mayor intensidad del dolor debe ser el de la primera maniobra de palpación. Identificado tal sitio, la palpación se traslada al sitio más distante posible, primero con palpación superficial, apoyando inicialmente las yemas de los dedos y finalmente la totalidad de la mano del examinador. 
Se establece inicialmente la textura de la pared abdominal buscando zonas de mayor rigidez, mientras se observa cuidadosamente la cara del paciente en búsqueda de signos de dolor. A medida que la palpación progresa se va haciendo más profunda evaluando la contractura de la pared abdominal y la presencia de dolor en puntos determinados. 
Algunos pacientes pueden hacer defensa voluntaria del abdomen, y este hecho debe evaluarse cuidadosamente. La defensa voluntaria suele desaparecer durante la expiración, por lo cual es útil pedir al enfermo que respire profundamente durante la palpación abdominal. En ocasiones es conveniente distraerlo pidiendo que permita examinar su faringe o su cavidad oral, mientras se continúa la palpación abdominal, o volver a la auscultación haciendo la palpación con la campana del fonendoscopio mientras el paciente piensa que el médico lo está auscultando. El pedir al paciente que flexione sus muslos favorece la relajación de la pared abdominal y ayuda a diferenciar una defensa voluntaria de una verdadera defensa secundaria a un proceso inflamatorio intraperitoneal.

Exámenes complementarios

El laboratorio, las imágenes y algunas formas invasoras pretenden confirmar o excluir la impresión diagnóstica. 

FALLA HEPÁTICA AGUDA

La etiología de la falla hepática aguda es diversa y representa una elevada tasa de mortalidad. Se define como el inicio súbito de encefalopatía hepática en un paciente previamente sano, que se manifiesta por ictericia, coagulopatía y falla orgánica multisistémica, con una mortalidad estimada mayor de 80%, la cual ha venido en descenso con el mejor entendimiento y reconocimiento de la enfermedad, así como también con la instauración de un tratamiento oportuno y el trasplante hepático ortotópico. 
Se puede clasificar en hiperaguda, aguda y subaguda, según el tiempo de aparición de la encefalopatía una vez se ha instaurado la ictericia, de 0 a 7 días, de 8 a 28 días y de 29 días a 12 semanas, respectivamente. Pese a que, generalmente, junto con la falla hepática hiperaguda se encuentra edema cerebral, tiene mejor pronóstico en comparación con los tipos agudo y subagudo. En esta clasificación se incluyen los casos de enfermedad hepática crónica asintomática o desconocida, cuyo primer síntoma es la falla hepática aguda, como, por ejemplo, la enfermedad de Wilson o una infección con el virus de la hepatitis D (HDV) en un paciente con hepatitis B crónica.

Cuadro Clínico 

En la mayoría de los pacientes, la falla hepática aguda se presenta inicialmente con síntomas inespecíficos, como fatiga, malestar general, pérdida del apetito, náuseas, coluria e ictericia, y con menor frecuencia dolor abdominal y fiebre. Posteriormente, se establece la encefalopatía hepática en diferentes grados o coma y, en algunos casos, puede presentarse coagulopatía importante previa a esto.

Encefalopatía

Es un requisito para poder establecer el diagnóstico de falla hepática aguda. La gravedad de la encefalopatía se clasifica según los aspectos clí- nicos. Se ha podido comprobar que el pronóstico de la falla hepática es inversamente proporcional al grado de la encefalopatía. Generalmente, el edema cerebral acompaña esta presentación y se reporta en la mayoría de los casos que evolucionan a grave.

Grados de encefalopatía

La fisiopatología del edema cerebral no es claro, pero se piensa en mecanismos vasogénicos y citotóxicos. El edema cerebral lo podemos reconocer clínicamente con la aparición de hipertensión sistémica más bradicardia (reflejo de Cushing), reflejo de descerebración, movimientos de alteración de la conjugación de la mirada y pérdida del reflejo pupilar; sin embargo, estos signos clí- nicos frecuentemente no son tan sensibles. La medición de la presión intracraneana, aunque es controversial, es el único método específico para medirla. Actualmente, en los pacientes en quienes el grado de encefalopatía avanza o es de estadío III o mayor, se recomienda la colocación de un catéter epidural, subdural o parenquimatoso.  

Ictericia

Es de aparición temprana y rápida progresión, y alcanza cifras de bilirrubinemia total superiores a 25 mg/dl, a expensas de ambas bilirrubinas, pero especialmente, de la directa. Las transaminasas se elevan hasta 50 veces los valores normales, pero descienden en 5 a 6 días por la necrosis hepática, simulando ser normales.

Efectos cardiorespiratorios

Predomina un estado hiperdinámico, con vasodilatación generalizada, resistencia vascular cerebral baja, hipotensión y aumento del gasto cardíaco. El aporte de oxígeno a los tejidos es suficiente o, incluso, aumentado, pero hay disminución en la extracción tisular y bajo consumo de este, lo cual origina hipoxia tisular y acidosis láctica que conduce a falla multisistémica. También, se presentan edema pulmonar no cardiogénico y síndrome de dificultad respiratoria del adulto, que sumados a la presencia de falla renal, es posible que hagan necesaria la colocación de un catéter de Swan-Ganz.

Falla renal 
Entre 40 y 50% de los casos ocurren como parte de la falla orgánica multisistémica. Su etiología es multifactorial (prerrenal, necrosis tubular aguda o por efecto tóxico inducido por medicamentos). Se manifiestan por oliguria, retención de sodio y agua y son indicadores de mal pronóstico. 

Efectos sobre la coagulación 

El hígado es el sitio primario de la síntesis de los factores de coagulación y de algunos de sus inhibidores. Las principales alteraciones hematológicas incluyen disfunción plaquetaria, disminución de los niveles de fibrinógeno y de los factores de la coagulación II, V, VII, IX y X. Finalmente, todo esto lleva a prolongación del tiempo de protrombina (PT), el cual es indicador de la gravedad del daño hepático. Existe también aumento de la fibrinólisis y coagulación intravascular diseminada.

Alteraciones metabólicas y del equilibrio ácido-base 

Se presentan falla renal aguda, anormalidades electrolíticas, hipoglucemia y pancreatitis. La hipoglucemia es frecuente hasta en 45% de los casos, debido a que se agotan las reservas hepá- ticas de glucógeno con gluconeogénesis defectuosa. Las cifras de glucemia se deben determinar en forma horaria. Otras complicaciones son la hipertensión portal y la ascitis.

Cuadro Clínico 

Debido a la diversidad de factores desencadenantes, se debe identificar rápidamente la etiología mediante una anamnesis detallada en la que se interrogue sobre exposición a tóxicos, ingestión de fármacos o antecedentes de exposición a virus. Luego, se procede con el examen físico y los exámenes paraclínicos, como marcadores virales, determinación de tóxicos en caso de sospecha (acetaminofén en sangre y a-amanitinas en orina), ecografía abdominal para descartar enfermedad hepática crónica o lesiones que ocupan espacio
Los siguientes pasos son el diagnóstico temprano de las posibles complicaciones asociadas a la falla hepática aguda y la determinación del pronóstico.

Tratamiento inicial

Los pacientes con falla hepática aguda pueden deteriorarse rápidamente y en forma impredecible. Deben ser llevados a la unidad de cuidados intensivos en el momento que presenten algún tipo de deterioro, para monitoreo permanente. Se hace necesaria la vigilancia neurológica estrecha. Son frecuentes la inestabilidad hemodinámica, la disfunción respiratoria y la hipoxemia que empeoran la lesión neurológica, por lo que es necesario vigilar en forma rutinaria e invasiva la presión arterial y oximetría de pulso.
En general, los pacientes con causas y edades favorables y encefalopatía en etapa I o II requieren de observación clínica, evitar las toxinas adicionales y acceso venoso periférico para administrar una solución de glucosa. Los pacientes con enfermedad más grave, es decir, encefalopatía III o IV, o que presenten deterioro neurológico rápido en presencia de características desfavorables, requieren vigilancia más intensa de cada uno de los sistemas orgánicos disfuncionales. 
Es necesario practicar en forma seriada hemograma, gases, electrolitos y pruebas de función renal. El control de la función hepática se hace todos los días (como mínimo bilirrubinas y PT). La dieta baja en proteínas no ha demostrado disminuir ni prevenir el grado de encefalopatía; por el contrario, estos pacientes deben tener una dieta con aporte básico de proteínas para no presentar algún grado de desnutrición que complique su pronóstico. No se ha demostrado que la nutrición parenteral sea de beneficio en esta situación. 
 La inestabilidad hemodinámica necesita una carga apropiada de volumen y reanimación con líquidos, con apoyo vasopresor si es necesario; además, canalización arterial general y pulmonar. Se recomienda colocar un catéter venoso central (catéter de Swan-Ganz) en caso de inestabilidad hemodinámica y catéter arterial, sonda vesical, nasogástrica e intubación orotraqueal, si la encefalopatía es grado III o IV, teniendo en cuenta que la presión positiva al final de la expiración no está recomendada por los efectos hemodinámicos. La vigilancia de la presión endocraneana y de la hemorragia cerebral ofrece una posibilidad para reducir el riesgo de muerte cerebral.
El tratamiento antiviral tiene utilidad limitada en los casos agudos; se benefician, especialmente, los pacientes que tienen hepatitis aguda por virus herpes, como el de Epstein-Barr o el del herpes simple.

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